Una especie de resumen o sumario de lo que sucede en Pentecostés nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse»[1].
¿Qué quiere decir eso de quedaron llenos del Espíritu Santo; y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles y la Santísima Virgen?
[Significa, entre otras cosas] que tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano.
San Pablo lo repite cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»[2].
Todos los que hemos tenido en algún momento de nuestra vida una experiencia fuerte del Espíritu Santo sabemos de lo que estoy hablando.
El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito[3].
[Por otra parte] El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea un admirable entendimiento y unidad.
Con el relato de Pentecostés la Sagrada Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés.
En Babel todos hablaban la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro: nace la confusión de las lenguas. En Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.
¿Cómo es esto? Para comprenderlo mejor basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés.
Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra»[4].
Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria.
En Pentecostés en cambio los apóstoles hablan de otra cosa, hablan de «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.
San Agustín lo dice de otra forma, pero igual de profunda e igual de hermosa: «Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios –la ciudad la terrena-, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio –la ciudad la celestial[5].
En todo esto hay un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy: vivimos en la era de los maravillosos medios de comunicación, que son los grandes protagonistas del momento.
Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿Qué comunicación estamos construyendo? Es decir ¿Vivimos solamente una comunicación horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y banal?
Quizá nuestra comunicación de hoy es más bien intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Hablar entre sordos, en otras palabras.
Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.
Justo la película Babel se explica magistralmente éste teme, porque se muestra un mundo de personas, en general buena gente, con un problema común: la incomunicación y los efectos de ella[6].
Estamos aquí, delante de Jesucristo Sacramentado para pedirle que nos ayude a redescubrir el sentido del Pentecostés, que será lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas.
El Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor.
¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo».
Y en la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad.
Cada iniciativa –civil o religiosa, privada o pública- cada relación entre los seres humanos –profesional, de amistad, de amor, etc.- se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás ■
¿Qué quiere decir eso de quedaron llenos del Espíritu Santo; y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles y la Santísima Virgen?
[Significa, entre otras cosas] que tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano.
San Pablo lo repite cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»[2].
Todos los que hemos tenido en algún momento de nuestra vida una experiencia fuerte del Espíritu Santo sabemos de lo que estoy hablando.
El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito[3].
[Por otra parte] El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea un admirable entendimiento y unidad.
Con el relato de Pentecostés la Sagrada Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés.
En Babel todos hablaban la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro: nace la confusión de las lenguas. En Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.
¿Cómo es esto? Para comprenderlo mejor basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés.
Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra»[4].
Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria.
En Pentecostés en cambio los apóstoles hablan de otra cosa, hablan de «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.
San Agustín lo dice de otra forma, pero igual de profunda e igual de hermosa: «Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios –la ciudad la terrena-, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio –la ciudad la celestial[5].
En todo esto hay un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy: vivimos en la era de los maravillosos medios de comunicación, que son los grandes protagonistas del momento.
Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿Qué comunicación estamos construyendo? Es decir ¿Vivimos solamente una comunicación horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y banal?
Quizá nuestra comunicación de hoy es más bien intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Hablar entre sordos, en otras palabras.
Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.
Justo la película Babel se explica magistralmente éste teme, porque se muestra un mundo de personas, en general buena gente, con un problema común: la incomunicación y los efectos de ella[6].
Estamos aquí, delante de Jesucristo Sacramentado para pedirle que nos ayude a redescubrir el sentido del Pentecostés, que será lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas.
El Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor.
¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo».
Y en la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad.
Cada iniciativa –civil o religiosa, privada o pública- cada relación entre los seres humanos –profesional, de amistad, de amor, etc.- se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás ■
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[1] Hech 2, 1-11
[2] Rm 5, 5
[3] Cfr ¿ Pentecostés o Babel?, P. Raniero Cantalamessa, ofmcap; http://www.cantalamessa.org/
[4] Gn 11, 4
[5] San Agustín: La ciudad de Dios, en Clemente Fernández, obra cit págs. 478-479
[6] Babel es el nombre de una película del director Alejandro González Iñárritu, con guión de él mismo y del escritor Guillermo Arriaga y protagonizada por Gael García Bernal, Brad Pitt, Cate Blanchett, Adriana Barraza y Koji Yakusho. La película se estrenó en Cannes en junio de 2006 y completa la Trilogía de la muerte de González Iñárritu, iniciada con Amores perros y continuada con 21 Gramos. Babel ganó el Globo de oro a la mejor película de drama en el año 2007 y fue candidata a seis premios Óscar, entre ellos mejor película y mejor director, aunque finalmente sólo consiguió el premio en la categoría de mejor banda sonora.
[1] Hech 2, 1-11
[2] Rm 5, 5
[3] Cfr ¿ Pentecostés o Babel?, P. Raniero Cantalamessa, ofmcap; http://www.cantalamessa.org/
[4] Gn 11, 4
[5] San Agustín: La ciudad de Dios, en Clemente Fernández, obra cit págs. 478-479
[6] Babel es el nombre de una película del director Alejandro González Iñárritu, con guión de él mismo y del escritor Guillermo Arriaga y protagonizada por Gael García Bernal, Brad Pitt, Cate Blanchett, Adriana Barraza y Koji Yakusho. La película se estrenó en Cannes en junio de 2006 y completa la Trilogía de la muerte de González Iñárritu, iniciada con Amores perros y continuada con 21 Gramos. Babel ganó el Globo de oro a la mejor película de drama en el año 2007 y fue candidata a seis premios Óscar, entre ellos mejor película y mejor director, aunque finalmente sólo consiguió el premio en la categoría de mejor banda sonora.