28 may 2009

¿Babel o Pentecostés?

Una especie de resumen o sumario de lo que sucede en Pentecostés nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse»[1].

¿Qué quiere decir eso de quedaron llenos del Espíritu Santo; y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles y la Santísima Virgen?

[Significa, entre otras cosas] que tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano.

San Pablo lo repite cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»[2].

Todos los que hemos tenido en algún momento de nuestra vida una experiencia fuerte del Espíritu Santo sabemos de lo que estoy hablando.

El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito[3].

[Por otra parte] El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea un admirable entendimiento y unidad.

Con el relato de Pentecostés la Sagrada Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés.

En Babel todos hablaban la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro: nace la confusión de las lenguas. En Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.

¿Cómo es esto? Para comprenderlo mejor basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés.

Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra»[4].
Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria.

En Pentecostés en cambio los apóstoles hablan de otra cosa, hablan de «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.

San Agustín lo dice de otra forma, pero igual de profunda e igual de hermosa: «Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios –la ciudad la terrena-, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio –la ciudad la celestial[5].

En todo esto hay un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy: vivimos en la era de los maravillosos medios de comunicación, que son los grandes protagonistas del momento.

Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿Qué comunicación estamos construyendo? Es decir ¿Vivimos solamente una comunicación horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y banal?

Quizá nuestra comunicación de hoy es más bien intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Hablar entre sordos, en otras palabras.

Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.

Justo la película Babel se explica magistralmente éste teme, porque se muestra un mundo de personas, en general buena gente, con un problema común: la incomunicación y los efectos de ella[6].

Estamos aquí, delante de Jesucristo Sacramentado para pedirle que nos ayude a redescubrir el sentido del Pentecostés, que será lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas.

El Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor.

¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo».

Y en la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad.

Cada iniciativa –civil o religiosa, privada o pública- cada relación entre los seres humanos –profesional, de amistad, de amor, etc.- se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás ■
...
[1] Hech 2, 1-11
[2] Rm 5, 5
[3] Cfr ¿ Pentecostés o Babel?, P. Raniero Cantalamessa, ofmcap; http://www.cantalamessa.org/
[4] Gn 11, 4
[5] San Agustín: La ciudad de Dios, en Clemente Fernández, obra cit págs. 478-479
[6] Babel es el nombre de una película del director Alejandro González Iñárritu, con guión de él mismo y del escritor Guillermo Arriaga y protagonizada por Gael García Bernal, Brad Pitt, Cate Blanchett, Adriana Barraza y Koji Yakusho. La película se estrenó en Cannes en junio de 2006 y completa la Trilogía de la muerte de González Iñárritu, iniciada con Amores perros y continuada con 21 Gramos. Babel ganó el Globo de oro a la mejor película de drama en el año 2007 y fue candidata a seis premios Óscar, entre ellos mejor película y mejor director, aunque finalmente sólo consiguió el premio en la categoría de mejor banda sonora.

21 may 2009

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Fray Luis de León

Hora Santa 21.V.2009

¡Con Vuestra Licencia, Soberano Señor Sacramentado! Antiguamente se celebraba el día de hoy [jueves de la VI semana del tiempo Pascual la solemnidad de la Ascensión [es decir] el momento en el que el Señor se despide de sus apóstoles y se va al cielo. San Marcos lo relata así en su Evangelio: Finalmente se apareció a los once, estando sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, que no hubiesen creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo; y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas señales seguirán a los que crean: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes; y si bebieren algún veneno, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba al cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor, y confirmando la Palabra con las señales que se seguían.
Si no queremos que la Ascensión se parezca más a un melancólico «adiós» que a una verdadera fiesta, es necesario comprender la diferencia radical que existe entre una desaparición y una partida.

Con la Ascensión, Jesús no partió, no se ha «ausentado»; sólo ha desaparecido de la vista. Quien parte ya no está; quien desaparece puede estar aún allí, a dos pasos, sólo que algo impide verle.

En el momento de la ascensión Jesús desaparece, sí, de la vista de los apóstoles, pero para estar presente de otro modo, más íntimo, no fuera, sino dentro de ellos. Sucede como en la Eucaristía; mientras la hostia está fuera de nosotros la vemos, la adoramos; cuando la recibimos ya no la vemos, ha desaparecido, pero para estar ya dentro de nosotros. Se ha inaugurado una presencia nueva y más fuerte.

Naturalmente surge una objeción: si Jesús ya no está visible, ¿cómo harán los hombres para saber de su presencia? La respuesta es más o menos sencilla: ¡Él quiere hacerse visible a través de sus discípulos!

Tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el evangelista Lucas asocia estrechamente la Ascensión al tema del testimonio: «Vosotros sois testigos de estas cosas»[1]. Ese «vosotros» señala en primer lugar a los apóstoles que han estado con Jesús. Después de los apóstoles, este testimonio por así decir «oficial», esto es, ligado al oficio, pasa a sus sucesores, los obispos y los sacerdotes. Pero aquel «vosotros» se refiere también a todos los bautizados y los creyentes en Cristo. «Cada seglar –dice un documento del Concilio- debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y señal del Dios vivo»[2].

Se ha hecho célebre la afirmación de Pablo VI: «El mundo tiene necesidad de testigos más que de maestros». Es relativamente fácil ser maestro, bastante menos ser testigo. De hecho, el mundo bulle de maestros, verdaderos o falsos, pero escasea de testigos. Entre los dos papeles existe la misma diferencia que, según el proverbio, entre el dicho y el hecho...

El testigo es quien habla con la vida.

Y para ser testigos, nos hace falta la fuerza, el fuego, el poder del Espíritu Santo.

Eso es lo que estamos pidiendo a lo largo de estos días.

Eso es lo que estamos esperando que suceda en la fiesta de Pentecostés.
Antes en el mismo Evangelio –y en esto hemos estado meditando a lo largo de los últimos jueves- el Señor mismo había prometido que al marcharse enviaría su Espíritu.

Hace ocho días delante de nuestro Señor sacramentado pedíamos los dones del Espíritu - sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios- HOY, delante del Señor nos acercamos un poco más y oímos lo que nos dice la teología: la cercanía y amistad con el Espíritu Santo infunde en el alma una serie de hábitos que se conocen como frutos del Espíritu y que vienen enumerados en la Epístola a los Galatas: [los frutos del Espíritu son] caridad, bondad, gozo, paz, tolerancia, bondad, fe, mansedumbre, templanza[3].

La caridad. Buscar el bien de los demás. No tiene condiciones. No espera nada a cambio.

La bondad, es decir, vivir sinceramente con integridad, ser honesto, y hacer lo bueno, aunque cueste.

El gozo, estar contento o conforme con el cuidado y la bondad de Dios y las cosas que van pasando de acuerdo al deseo de Dios y de la libertad y actuar personal.

La tolerancia. El saber convivir con todos.

La paz. Un estado de orden, tranquilidad y bienestar, impartido por el Espíritu, aun en medio del conflicto.

La mansedumbre. Ser dócil y responsivo a la voz del Señor; a la autoridad y el Magisterio de la Iglesia. Respetuoso y cortes hacia la gente en general.

La templanza, es decir, dominio propio, la capacidad de frenar los instintos, apetitos e impulsos para poder servir al Señor con sobriedad y disciplina. No se trata de reprimir, sino de encauzar ■

Ven, oh Espíritu Santo, atiéndenos,
Espíritu del Padre, vivifícanos,
Espíritu del Hijo, sálvanos.

Oh Amor eterno, llénanos,
Con tu fuego, inflámanos,
Con tu luz, ilumínanos.

Fuente viva, sácianos,
De nuestros pecados, lávanos.
Por tu unción, fortalécenos.

Por tu consuelo, confórtanos.
Por tu gracia, guíanos.
Por tus ángeles, protégenos.
No permitas jamás que nos separemos de Ti,
Dios Espíritu Santo, escúchanos.

Con el dedo de tu gracia, tócanos.
Vierte en nosotros el torrente de la virtud.
Fortalécenos con tus dones,
Y con tus frutos, refrigéranos.

Líbranos del maligno enemigo,
En la última batalla, úngenos,
A la hora de la muerte, defiéndenos.

Entonces llámanos hacia Ti,
Para que con todos los santos
Alabemos al Padre, al Hijo y a Ti,
Consolador piadoso y eterno. Amén


[1] Lc 24, 48
[2] Lumen gentium n. 38.
[3] 5:22-23

14 may 2009

Hora Santa 14.V.2009

¡Con Vuestra licencia Soberano Señor Sacramentado!

Los siete dones del Espíritu Santo han sido explicados por los teólogos de de varias maneras. Según la opinión de Santo Tomás[1] los dones del Espíritu Santo son hábitos que capacitan al hombre para seguir, rápida y fácilmente, las iluminaciones e inspiraciones divinas.

Los dones del Espíritu Santo ¿cómo decirlo? Pues rompen o quebrantan la resistencia que a veces ponemos a la acción de Dios en nuestra alma, resistencia causada por el orgullo y por la herida que nos causó el pecado de nuestros primeros padres, el pecado original.

Los dones del espíritu Santo ayudan a estar en sintonía con Dios, a tener pronto el corazón, y así la acción de Dios deja de ser sentida como algo extraño ó peligroso y empieza a sentirse como algo dichoso e íntimo, algo que la voluntad humana acepta con gusto y alegría.

Estos siete dones del Espíritu conceden una sensibilidad especial para las cosas de Dios, un oído atento para escuchar la voz de Dios y la mano divina que quiere llevarnos por el camino de la santidad y hacer que nos parezcamos por dentro y por fuera al Señor.

Los dones del Espíritu, nos ayudan a cumplir sin resistencia la acción divina.

(1) El don de inteligencia nos ayuda a acercarnos a las profundidades de Dios, a comprender las cosas desde el punto de vista de Dios. Por medio de él, el hombre llega a comprender mucho más la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, en las enseñanzas del magisterio eclesiástico, y en la Tradición de la Iglesia. Y también para comprender cuando Dios habla a través de frases oídas en nuestra existencia cotidiana: por la calle, por la radio, por la televisión...

También el don de inteligencia nos ayuda a entender las figuras y símbolos de la liturgia, ayudándonos a tener una conversación con Dios hasta el día en que lo veamos "cara a cara"[2].

(2) El don de ciencia nos ayuda a que poco a poco tengamos la mirada de Dios

El don de ciencia es la fuerza por la que nos sentimos atraídos hacia el bien y por la que sentimos rechazo hacia el mal; es el don que nos dirige hacia lo bueno y nos aparta de lo malo; nos enseña cómo aprovechar lo creado para lo bueno y cómo no abusar de la creación para lo malo. Es claridad en la inteligencia.

(3) El don de sabiduría nos ayuda a comprender los misterios de nuestra fe cristiana y a que las verdades que conocemos por fe hallan su sitio y se conexionan armoniosamente.

Es la sabiduría que Dios revela a los pequeños[3], una sabiduría amorosa, que va más allá de la ciencia. Mediante el don de sabiduría el hombre se va conformando con Dios en el ser, el conocimiento, el amor, la acción, el gozo, etc.

(4) El don de consejo dirige nuestros actos conforme al plan con que Dios gobierna el mundo. Nos permite entrar a formar parte de los designios de la Providencia con todo el impulso de nuestro amor y con toda libertad.

Siendo fieles a las inspiraciones del Espíritu de consejo, nos identificamos en cada uno de nuestros actos con la voluntad de Dios. El don de consejo son aquellas palabras tan entrañables del salmo: Yo te haré saber y te enseñaré el camino que debes seguir; seré tu consejero, y estarán mis ojos sobre ti[4].

(5) El don de piedad, es el que nos ayuda a vivir una relación viva con Dios y con el prójimo, que nos ayuda a salir de nuestro egoísmo y a imprimir a todas nuestras relaciones ese sentido filial y fraterno

En una religión fundada por un Crucificado y que comenzó a implantarse a través de tres siglos de persecuciones y martirios, (6) el don de fortaleza juega un papel esencial. En todo cristiano debe darse un alma de apóstol y de mártir. En nuestra conducta diaria –seamos honestos- nos falta audacia y la magnanimidad para los grandes acontecimientos, para los grandes proyectos.

El don de fortaleza nos ayuda en el heroísmo de lo pequeño y el de lo grande. El heroísmo de lo pequeño despliega su fuerza en la fidelidad absoluta a las más humildes tareas cotidianas, a los más minúsculos deberes. El heroísmo de lo pequeño lleva al heroísmo de lo grande, que resplandece en los grandes acontecimientos de los que ponen su vida al servicio de Dios.

Finalmente (7) el don de temor comunica al hombre la convicción de que Dios es infinitamente grande, le comunica el sentido de lo sagrado y señala además la dependencia de toda criatura respecto al Creador.

El don de temor no es miedo -o incluso terror- sino un temor a enturbiar las relaciones entre padre e hijo. Es un sentimiento que nos inspira aversión al pecado y nos impulsa a alejarnos de él ■

Ven, Espíritu Creador, visita las almas de los fieles; e inunda con tu gracia los corazones que Tú creaste.

Espíritu de Sabiduría, que conoces mis pensamientos más secretos, y mis deseos más íntimos, buenos y malos; ilumíname y hazme conocer lo bueno para obrarlo, y lo malo para detestarlo sinceramente.

Intensifica mi vida interior, por el don de Entendimiento.

Aconséjame en mis dudas y vacilaciones, por el don de Consejo.

Dame la energía necesaria en la lucha contra mis pasiones, por el don de Fortaleza.

Envuelve todo mi proceder en un ambiente sobrenatural, por el don de Ciencia.

Haz que me sienta hijo tuyo en todas las vicisitudes de la vida, y acuda a Ti, cual niño con afecto filial, por el don de Piedad.

Concédeme que Te venere y Te ame cual lo mereces; que ande con cautela en el sendero del bien, guiado por el don del santo Temor de Dios; que tema el pecado más que ningún otro mal; que prefiera perderlo todo antes que tu gracia; y que llegue un día a aquella feliz morada, donde Tú serás nuestra Luz y Consuelo, y, cual tierna madre; enjugas “toda lágrima de nuestros ojos”, donde no hay llanto ni dolor alguno, sino eterna felicidad. Así sea ■

[1] Santo Tomás de Aquino O.P. (1225 –1274), fue un reconocido teólogo y Doctor de la Iglesia Católica que vivió en la edad media. Máximo representante de la tradición escolástica, y padre de la Escuela Tomista de filosofía. Es conocido también como Doctor Angélico y Doctor Común. Su trabajo más conocido es la Summa Theologica, tratado en el cual postula Cinco Vías para demostrar la existencia de Dios. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y Patrón de las Universidades y Centros de estudio católicos en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero.
[2] Cfr. Misal Romano, Plegaria Eucarística III.
[3] Cfr Mt 11. 25
[4] Sal.32,2.

7 may 2009

Hora Santa 7.V.2009

Empezamos hace ocho días a preparar la Solemnidad del Espíritu Santo, la fiesta en la que vamos a recordar la venida de la tercera persona de la Santísima Trinidad; Aquel de quien Jesús dijo: os conviene que yo me vaya, pues si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré[1].

El Espíritu Santo es la presencia de Dios vivo en el alma de cada uno, una presencia que nos trae la paz e inflama de amor el corazón.

El Espíritu Santo tiene la misión de explicarnos, de llevarnos siempre a Jesús. Y Jesús –lo hemos dicho muchas veces a lo largo de nuestros jueves eucarísticos-es el príncipe de la paz, el único que nos trae paz al corazón[2].

El domingo de Pentecostés, antes de la lectura del Evangelio, vamos a escuchar la Secuencia. La Secuencia es una especie de poesía que desde muy pronto formó parte de la liturgia de la Iglesia[3].
Antes había una secuencia para cada una de las grandes fiestas del año litúrgico, con el paso de los años se han quedado solamente tres: una para Pascua, otra para la fiesta de Pentecostés y otra para la del Corpus Christi.

La de Pentecostés, comienza diciendo:

Ven, Dios Espíritu Santo,
y envíanos desde el Cielo
tu luz, para iluminarnos.



Todos somos conscientes como el ambiente de hoy trata de arrancarnos ese amor de Dios, y lo difícil que se vuelve nuestra existencia cuando decidimos –a veces concientemente a veces inconscientemente- echar a Dios fuera de nuestro corazón y entonces deja de ser el huésped del alma.

Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.



Por eso debemos invocarlo con confianza, con sencillez, aun cuando nos encontremos llenos de pecados:

Fuente de todo consuelo,
amable huésped del alma,
paz en las horas de duelo.

Eres pausa en el trabajo;
brisa, en un clima de fuego;
consuelo, en medio del llanto.

Ven luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.

Tenemos que dejar de ser hombres y mujeres dobles. El Espíritu Santo es espíritu de la verdad, si tenemos pecados ¡hay que reconocerlos, pedir perdón y seguir viviendo! Con toda sencillez y tranquilidad. No vivamos una doble vida: una con los demás y otra con nosotros mismos, puede ser que terminaremos rotos por dentro y por fuera y hundidos en una gran tristeza.

El Espíritu de Dios es inmensamente alegre, y alegres nos quiere a cada uno.


Si tenemos cierto tiempo sin acudir al sacramento de la Confesión, es momento de prepararnos, de hacer una buena confesión y limpiar hasta el fondo nuestra alma.

Si hay por ahí dentro algún rencor que no nos deja en paz y que nos llena de tristeza y amargura, es momento de arrancarlo y pedirle al Espíritu de Dios que sane nuestro corazón enfermo. Solo él puede hacerlo ¡y lo hace maravillosamente bien!

Si hace tiempo que no sentimos nada al venir a Misa, si no el rezar o el dirigirnos a Dios nos parece algo tedioso y sin sentido, incluso aburrido y chocante es momento de pedirle:

Sin tu inspiración divina
los hombres nada podemos
y el pecado nos domina.

Lava nuestras inmundicias,
fecunda nuestros desiertos
y cura nuestras heridas.

Doblega nuestra soberbia,
calienta nuestra frialdad,
endereza nuestras sendas.

Concede a aquellos que ponen
en ti su fe y su confianza
tus siete sagrados dones.

Danos virtudes y méritos,
danos una buena muerte
y contigo el gozo eterno


Si por la serie de acontecimientos que hemos vivido en la Iglesia hemos ido perdiendo la confianza en ella y en sus ministros, es momento de volver a ella con más confianza y con más ternura:

Bajo el amparo y la protección de la Santísima Virgen María, Esposa del Espíritu Santo, ponemos éstos deseos y las intenciones de cada uno de los que celebramos esta tarde la solemnidad de Pentecostés ■

[1] Cfr Jn 16, 7.
[2] Cfr Is 9, 6.
[3] En la liturgia católica, la Secuencia es un texto o tropo del Aleluya gregoriano o también el himno que se desarrolla a partir de ello. Las secuencias tienen la forma de composiciones estróficas, rimadas. Nacen alrededor del año 850 cuando se añade texto al melisma final del Aleluya. Hasta el s. XII se van desarrollando las secuencias rimadas independientes del Aleluya. Adquirieron una gran popularidad a finales de la Edad Media, de forma que se conocen unas 5000 diferentes, algunas de autores famosos como Tomás de Celano o Tomás de Aquino, autor, por ejemplo del Lauda Sion Salvatorem. Ante su gran profusión, el Concilio de Trento las eliminó de la liturgia de la Misa con cuatro excepciones, que son -con alguna excepción- las secuencias que siguen presentes en el Misal Romano:
Victimae paschali laudes (en Pascua)
Veni, Sancte Spiritus (en Pentecostés)
Lauda Sion Salvatorem (en la fiesta del Corpus)
Dies irae (en las misas de réquiem).
En 1727 se reincorpora el Stabat Mater en la fiesta de los Dolores de María. La última reforma litúrgica abolió el Dies irae, por su tono sombrío y angustioso. Algunas de estas secuencias, sobre todo el Dies irae y el Stabat Mater han tenido una importante recepción musical, inspirando a compositores famosos. Su lugar en la liturgia actual es tras el salmo responsorial y antes del Aleluya, dentro de la liturgia de la palabra. El tropo en tiempos carolingios pudo tener una gran importancia pues -según una teoría bastante aceptada- a partir de él se desarrolla el teatro medieval o drama litúrgico (estrictamente no son parte de la liturgia, pero sí están recogidos en libros litúrgicos).

30 abr 2009

Hora Santa 30.IV.2009

Poco a poco van pasando los alegres días del tiempo pascual, siete semanas –cincuenta días, es decir una semana de semanas- para prepararnos para solemne fiesta de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo .

En la noche del jueves Santo –que san Juan recoge en el capitulo 13 de su evangelio- el Señor habla de algo sobre lo que hemos de volver una y otra vez. Algo sobre lo que nunca meditaremos lo suficiente. Les da, a aquellos que lo escuchan y en ellos a nosotros, el Mandamiento nuevo:

Hijitos –dice el Señor- estaré con vosotros un poco más de tiempo. Me buscaréis, y como dije a los judíos, ahora también os digo a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros[1].

Quizá esas palabras de Jesús al haberlas escuchado tantas veces ya no tienen tanta fuerza en nuestros oídos o en nuestro corazón, quizá nos parecen incluso aburridas o tediosas. En la predicación de la Iglesia se nos insiste tanto en eso del amor de los unos por los otros que la idea posiblemente pasa ya sobre nuestra alma como pasa el agua sobre las piedras de los río: sin empapar su interior.

Es momento de renovar la atención, de volver a oírlos como si fuera la primera vez.

Cada uno podemos pensar: «bueno, bueno, ya bastante hago con no quejarme y aguantar, como para que encime ame a todos». Y es que justamente por eso Jesús habla de un mandamiento nuevo: porque hay que querer a todos, y comprender a todos y con todos tener una palabra de cariño. Es una auténtica novedad.

¿Y cómo hacer práctico, tangible ese amor de los unos por los otros? Hay tantas formas como personas sobre la tierra. Una manera práctica, efectiva y concreta de amar es, por ejemplo, escuchar con paciencia y con atención.

Así: tal cual: escuchar con paciencia y con atención.

Reconozcámoslo: no escuchamos. No sabemos escuchar. O, para ser exactos, no escuchamos más que la televisión. ¿Tal vez porque nadie nos ha enseñado a escuchar? ¿Quizá por que el arte de oír es mucho más difícil que el de hablar?

Zenón de Elea, un sabio griego, decía hace dos mil años que tenemos dos oídos y una boca porque oír es el doble de necesario y dos veces más difícil que hablar... ¡qué razón tenía![2]

[Y es que] para escuchar hacen falta muchas cosas: tener el alma despierta –no dormida, ni aletargada por el pecado-, abrirla para recibir al que, a través de sus palabras, quiere entrar en nosotros; ponernos en su situación y comprenderlo.

Y sobre todo olvidarnos de nosotros mismos y de nuestros propios pensamientos para preocuparnos por la persona y los pensamientos del prójimo ¡todo un arte! ¡Todo un apasionado ejercicio de la caridad! Y una forma muy práctica de amar a los demás.

Perdamos ese terrible miedo que tenemos a gastar nuestra vida, nuestro tiempo, nuestro espacio escuchando a los demás. Quizá por eso –porque somos egoístas y el egoísmo es el cáncer del amor- hay tantas personas solitarias que andan por ahí, vagando, con el alma llena de recuerdos o basuras que desearían soltar y que no saben dónde.

Escuchemos.

Justo por ése saber escucharnos pacientemente los unos a los otros, sabremos reconocernos como auténticos cristianos, sabremos que estamos actuando conforme al evangelio. Es una especie de prueba de fuego, de prueba de calidad, de ISO 9000 de nuestra fe cristiana[3].

Una señal de que hemos hecho vida en nuestra vida el Mandamiento nuevo que Jesús nos dejó la última noche que pasó entre nosotros.

Vamos a seguir preparándonos para celebrar la enorme fiesta de Pentecostés. Vamos a prepararnos por dentro y por fuera. Vamos a pedirle a nuestro Señor que nos ayude a recibir su Espíritu, y con Él, con la vida de la gracia y la protección del Padre, demos un gran testimonio de la fe que vivimos ■

[1] Jn 13, 33-34.
[2] Zenón de Elea (en griego Ζήνων ο Ελεάτης) fue un filósofo eleata griego nacido en Elea (¿490-430? adC). Al igual que Meliso de Samos, reforzó y argumentó a favor de la filosofía parmenidea, es conocido por sus paradojas, que en su época eran aporéticas, como las que niegan la existencia del movimiento o la pluralidad del ser. Zenón trató de probar que el ser tiene que ser homogéneo, único y, en consecuencia, que el espacio no está formado por elementos discontinuos sino que el cosmos o universo entero es una única unidad.
[3] La familia de normas ISO 9000 son normas de "calidad" y "gestión continua de calidad", establecidas por la Organización Internacional para la Estandarización (ISO) que se pueden aplicar en cualquier tipo de organización o actividad sistemática, que esté orientada a la producción de bienes o servicios. Se componen de estándares y guías relacionados con sistemas de gestión y de herramientas específicas como los métodos de auditoria (el proceso de verificar que los sistemas de gestión cumplen con el estándar).

14 abr 2009

Hora Santa 16.IV.2009

El próximo domingo, además de celebrar el II domingo del tiempo de Pascua se celebra también un importante aniversario en la Iglesia: se cumplen cuatro años desde que su santidad Benedicto XVI fue elegido como sucesor de San Pedro.

Pensando en esto y buscando algún texto para hacer nuestra oración delante de nuestro Señor Sacramentado, me encontré con algo escrito hace ya varios años por el entonces Joseph Ratzinger[1].

«Podemos pensar en la iglesia católica comparándola con la luna: por la relación luna-mujer (madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que la recibe del sol sin el cual sería oscuridad completa. La luna resplandece, pero su luz no es suya sino de otro. La sonda lunar y los astronautas descubrieron que la luna es solo una estepa rocosa y desértica, como montañas y arena, vieron una realidad distinta a la de la antigüedad: no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por sí misma lo desierto, arena y rocas. Sin embargo, es también luz y como tal permanece incluso en la época de los vuelos espaciales.

»¿No es ésta una imagen exacta de la Iglesia? Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna, descubrirá solamente desierto, arena y piedras, las debilidades del hombre y su historia a través del polvo, los desiertos y las montañas. El hecho decisivo es que ella, aunque es solamente arena y rocas, es también luz en virtud de otro, del Señor.

»Yo estoy en la iglesia –dice Joseph Ratzinger- porque creo que hoy como ayer e independientemente de nosotros, detrás de nuestra iglesia vive su iglesia y no puedo estar cerca de Él si no es permaneciendo en su iglesia. Yo estoy en la Iglesia porque a pesar de todo creo que no es en el fondo nuestra sino suya.

»La Iglesia es la que, no obstante todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa, aquí y ahora. Sin la Iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula. ¿Y qué sería la humanidad privada de Cristo?

»Si yo estoy en la Iglesia es por las mismas razones porque soy cristiano. No se puede creer en solitario. La fe es posible en comunión con otros creyentes. La fe por su misma naturaleza es fuerza que une. Esta fe o es eclesial o no es tal fe. Además así como no se puede creer en solitario, sino sólo en comunión con otros, tampoco se puede tener fe por iniciativa propia o invención.

»Yo permanezco en la Iglesia porque creo que la fe, realizable solamente en ella y nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo.

»Yo permanezco en la Iglesia porque solamente la fe de la iglesia salva al hombre.

»El gran ideal de nuestra generación es uno, sociedad libre de la tiranía, del dolor y de la injusticia. En este mundo el dolor no se deriva sólo de la desigualdad en las riquezas y en el poder. Se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombres sin el dominio de sí, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación, que no es necesario el sacrificio de mantener los compromisos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la tensión de lo que se debería ser y lo que efectivamente se es.

»En realidad el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de los propios sufrimientos y de los sufrimientos mundo, que encuentran su sentido liberador en la pasión de Dios. Solamente así el hombre llegará a ser libre. Todas las demás ofertas a mejor precio están destinadas al fracaso.

»El amor no es estático ni carente de crítica. La única posibilidad que tenemos de cambiar en sentido positivo a un hombre es la de amarlo, trasformándolo lentamente de lo que es en lo que puede ser. ¿Sucedería de distinto modo en la Iglesia?


Vienen muchas preguntas a la mente. Muchas ideas para el examen de conciencia en éste rato de oración delante del Señor.

Vamos a pedirle su luz y su gracia; vamos a pedirle que nos haga valientes, tanto como él y sus apóstoles lo fueron. Y pidamos especialmente por la persona y las intenciones del Santo Padre

V. Oremos por el Soberano Pontífice Benedicto XVI
R. El Señor le conserve y le llene de vida, y le haga bienaventurado en la tierra, y no le deje caer en manos de sus enemigos. Amén[2]


[1] Joseph Ratzinger, ¿Por qué pertenezco a la Iglesia? Conferencia-Testimonio, Alemania (1971)
[2] V. Oremos pro Beatíssimo Papa nostro N.
R. Dóminus conservet eum et vivícet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in ániman inimicórum eius.

9 abr 2009


Vía Crucis*

Señor Jesucristo (…) ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tus huellas.

Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.

Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).

I. Jesús es condenado a muerte

El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho.

II. Jesús carga con la cruz

El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.

III. Jesús cae por primera vez

La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.

IV. Jesús encuentra a su Madre

En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre (…) En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad.

V. El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

El misterio de Jesús sufriente y mudo llega al corazón de Simón de Cirene. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24).

VI. La Verónica limpia el rostro de Jesús

Aquella mujer (…) no se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón –había dicho el Señor en el Sermón de la montaña–, porque verán a Dios» (Mt 5, 8).

VII. Jesús cae por segunda vez

El hombre está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.

VIII. Jesús consuela a las mujeres

De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal?

IX. Jesús cae por tercera vez

¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? (…) ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión.

X. Jesús es despojado de sus vestiduras

Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios.

XI. Jesús es clavado en la cruz

Tratemos de descubrir en el rostro del Señor aquellos que tendemos a despreciar, y dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.

XII. Jesús muere en la cruz

Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza.

El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.

XIII. Jesús es bajado de la cruz*

Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia.

También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.

XIV. Jesús es sepultado

Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía ■

* Escrito por el Cardenal Joseph Ratzinger, actual Benedicto XVI. El texto puede encontrarse en http://www.conelpapa.com/viacrucis/index.htm
* Aquí se le coloca Jesús a Maria en su regazo y Marce empieza a cantar El Diario de Maria

1 abr 2009

«Después de esto , sabiendo Jesús que todas las cosas eran ya cumplidas, para que la Escritura se cumpliese, dijo: Sed tengo. 29 Y estaba allí un vaso lleno de vinagre; entonces ellos mojaron una esponja de vinagre, y rodeada a un hisopo, se la llegaron a la boca. 30 Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, dio el Espíritu. 31 Entonces los Judíos, para que los cuerpos no quedasen en el madero en el sábado, porque era la víspera de la Pascua , pues era el gran día del sábado, rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados. 32 Y vinieron los soldados, y a la verdad quebraron las piernas al primero, y al otro que había sido colgado de un madero con él. 33 Mas cuando vinieron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas; 34 pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua. 35 Y el que lo vio, da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. 36 Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso no quebrantaréis de él. 37 Y también otra Escritura dice: Verán a aquel al cual traspasaron».

Se entregó por Su Esposa (Hora Santa 2.4.2009)

Siempre que la Iglesia primitiva reflexionaba sobre éste pasaje del evangelio que acabamos de escuchar se quedaba como llena de luz. Uno de los más grandes predicadores de aquella época –San Juan Crisóstomo- escribe:

«No pases demasiado deprisa sobre este misterio porque quiero exponerte una interpretación mística. Esa sangre y esa agua son símbolos del Bautismo y de la Eucaristía, donde se engendra la Iglesia. Porque del costado de Cristo se formó la Iglesia, como del costado de Adán se formó Eva. Y de la misma manera que sacó del costado a Eva mientras Adán dormía, así ahora, mientras Jesucristo duerme, Dios saca de su costado a su Esposa»[1].

San Agustín lo comenta de una manera muy similar:

«La primera mujer fue formada del costado del hombre mientras éste dormía, y fue llamada vida y madre de los que viven. Aquí el segundo Adán, inclinando la cabeza, se duerme en la cruz para que así, con el agua y la sangre que brotaron de su costado, quedase formada su Esposa»[2].

Durante los próximos días la iglesia celebra con pena y tristeza la muerte del Señor y al mismo tiempo con una profunda alegría la victoria del león de la tribu de Judá[3].

Toda la liturgia del Viernes Santo –es decir, la adoración de la Cruz- es un canto nupcial.
Yo quisiera que ésta noche en nuestro rato de oración centrásemos la atención en ésta idea: la adoración de la cruz y el recuerdo litúrgico de la muerte del Señor es un canto nupcial.

San Pablo, en ése bellísimo texto de la carta a los Efesios lo explicas infinitamente mejor:

Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a si mismo; sin que tenga mancha ni arruga (…) sino que sea santa e inmaculada[4].

Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella... ésta frase queda como resonando en el aire: Cristo amó a su Iglesia: ¿Y tú? ¿Amas tú a la Iglesia?

«No puede tener por Padre a Dios —decía san Cipriano— quien no tiene por madre a la Iglesia»[5].

Tener por madre a la Iglesia no es solamente haber sido bautizados, sino también apreciarla, respetarla, amarla como madre, sentirse solidarios con ella en el bien y en el mal.

Con la Iglesia para lo mismo que con las vidrieras [o vitrales] de una antigua catedral. Vistas desde la calle no serán más que trozos de vidrio oscuros unidos por tiras de plomo negro; pero si se atraviesa el umbral y se las mira desde dentro, a contraluz, entonces se verá un grandioso espectáculo de colores y de figuras.

Lo mismo ocurre con la Iglesia. El que la mira desde fuera, con los ojos del mundo, no ve más que lados oscuros y miserias; pero el que la mira desde dentro, con los ojos de la fe y sintiéndose parte de ella verá algo espectacular.

¿Y las incoherencias de la Iglesia? ¿Y los escándalos, incluso por parte de algunos papas, obispos y sacerdotes?

El Señor, como buen carpintero que había llegado a ser bajo la enseñanza de José, recogió los trocitos de madera en peor estado que encontró y con ellos se construyó una barca que resiste a la mar ¡desde hace dos mil años!

Se habla con mucha frecuencia de los pecados de la Iglesia ¡ah tan escandalosos! ¿Crees que Jesús no los conoce mejor que nosotros? ¿Acaso no sabía él por quién moría? ¿No sabia lo que iba a pasar con la Iglesia que dejaba en manos de sus apóstoles que mientras él oraba ellos dormían?[6] Sin embargo amó a esta Iglesia real y concreta, no a una imaginaria e ideal, y murió y derramó toda su sangre para hacerla santa e inmaculada.

Jesucristo amó a la Iglesia, digamos, en esperanza: no sólo por lo que es, sino también por lo que será, es decir la Jerusalén celestial arreglada como una novia que se adorna para su esposo[7].

¿Por qué entonces ésta Iglesia nuestra es pobre y lenta? Primo Mazzolari, que no era por cierto un hombre acostumbrado a lisonjear a la Iglesia institucional, escribió:

«Señor, yo soy tu carne enferma; te peso cual cruz pesada. Para no dejarme caer, te cargas también con mi fardo y caminas como puedes. Y entre aquellos con los que vas cargado, hay algunos que te culpan de no caminar según las reglas y acusan también de lentitud a tu Iglesia, olvidando que, cargada como va de escorias humanas que ni puede ni quiere echar por la borda (¡son sus hijos!), vale más el llevarlos que el llegar a puerto»[8].

La Iglesia camina lenta, si. Camina lenta en la evangelización. Camina lenta en la respuesta a los signos de los tiempos. Camina lenta en la defensa de los pobres y en tantas y tantas otras cosas. ¿Por qué? Porque nos lleva a hombros a nosotros, que aún estamos llenos de todo el lastre del pecado.

A uno de los Reformadores que le echaba en cara el que siguiese en la Iglesia católica a pesar de su corrupción, Erasmo de Rotterdam le contestó un día: «Soporto a esta Iglesia, con la esperanza de que se haga mejor, dado que ella se ve obligada a soportarme a mí, con la esperanza de que yo me haga mejor»[9].

Hemos de pedir todos perdón a Cristo por tantos juicios desconsiderados y por tantas ofensas como hemos infligido a su esposa, y, en consecuencia, a él mismo, y hemos de imponernos todos sin tardanza una manera nueva de hablar, más respetuosa, más consciente, más profunda de quién es la Iglesia[10].

En el libro de Jeremías leemos este misterioso oráculo: El Señor crea algo nuevo en el país: será la mujer quien abrace al varón[11]. Hasta el día de hoy —quiere decir el profeta—, ha sido el esposo, Dios, quien ha buscado y perseguido a la mujer infiel que se iba tras los ídolos. Pero llegará un día en que ya no ocurrirá eso. Al contrario, será la propia mujer, la comunidad de la alianza, la que busque a su esposo y le abrace con fuerza.

Ese día ya ha llegado. Ahora todo está cumplido. No porque la humanidad se haya vuelto de repente cuerda y fiel, no; sino porque el Verbo la ha asumido y la ha unido a sí, en su misma persona, en una alianza nueva y eterna. Toda la liturgia del Viernes Santo expresa el cumplimiento de aquel oráculo. Eso comenzó en el Calvario, con María apretando entre sus manos y besando el rostro de su Hijo bajado de la cruz, y continúa ahora en la Iglesia, de la que la Virgen era, en eso, figura y primicia.

La Iglesia, que, con el sucesor de Pedro a la cabeza, desfilará ahora para besar el Crucifijo, es aquella mujer que abraza al varón[12], rebosante de gratitud y de emoción. Que dice, con la esposa del Cantar de los Cantares: He encontrado al amor de mi alma; lo agarré y ya no lo soltaré[13]

[1] San Juan Cristóstomo, Catequesis bautismales, 7, 17-18.
[2] San Agustín, Tratados sobre el evangelio de san Juan, 120, 2.
[3] Cfr Ap 5,5
[4] Ef 5,25-32
[5] La unidad de la Iglesia, 6
[6] Cfr Lc 22, 45.
[7] Ap 21,2
[8] Sacerdote italiano, nacido en Boschetto en 1959. Es destacado en su país, Italia, por su férrea oposición al fascismo y al comunismo, fue Párroco de Crémona (1945-1959), escribió muchos libros de apologética y algunos referentes a la Doctrina Social de la Iglesia,
[9] Conocido como Desiderius Erasmus Rotterdamus, nació en Geert Geertsen en 1466/69 ; fue un humanista, filósofo, filólogo y teólogo neerlandés, autor de importantes obras en latín.
[10] «Como soy uno de ellos —escribía Saint-Exupéry acerca de su patria terrena, en un momento oscuro de su historia—, no renegaré de los míos, hagan lo que hagan. No predicaré contra ellos delante de extraños. Si puedo salir en su defensa, los defenderé. Si me cubren de vergüenza, esconderé esa vergüenza en mi corazón y guardaré silencio. Y piense lo que piense entonces de ellos, nunca haré de testigo en su contra. Ningún marido va de casa en casa diciendo a los vecinos que su mujer es una zorra: ¡bonita manera de salvar su honor! Como su esposa es alguien de su casa, no puede sacar pecho en público contra ella; sino que, una vez en su casa, dará rienda suelta a su cólera» Piloto de guerra, n. 24.
[11] Jr 31,22
[12] Ídem
[13] Ct 3,4

25 mar 2009

Hora Santa 26.III.2009


De entre todos los personajes que vamos a contemplar durante las próximas semanas al celebrar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor hay uno en el que yo quisiera que ésta noche centráramos nuestra atención.

Me refiero a uno de los dos ladrones que son crucificados junto al Señor.

Es san Lucas el único que recoge en su evangelio éste momento. Lc 23, 35-43.

Cuando uno comparte una enfermedad, una tragedia, un momento difícil, ésa misma situación crea una amistad, es decir no hay compañerismo más auténtico ni más fraternal que el de los soldados que luchan en la misma trinchera o el de los que sufren idéntica condena.

Hoy estarás conmigo en el Paraíso —le dice Jesús a aquel hombre. Hoy, esta tarde, a las tres en punto. Espera un poco. Aguanta conmigo este tormento de la Cruz y llegaremos juntos a casa. Allí estarás a salvo para siempre conmigo.

Yo me siento como muy identificado con aquel hombre: era un ladrón, su vida desastrosa había terminado su vida desastrosamente

Es en éste momento en el que podemos ver más claramente aquella frase tan entrañable del mismo Señor en el Apocalipsis: He aquí que hago nuevas todas las cosas[1].

Es decir, con la cruz se inaugura –podríamos decir- una nueva tabla de valores: El ladrón es salvado por el rey, el Señor concede su gloria y su reino a alguien que había vivido y estaba muriendo fuera de la ley.

Asombroso.

¿Cómo fue que aquel hombre tuvo el coraje y el valor de olvidarse de si mismo, de abrir una brecha en medio de sus dolores para descubrir la dignidad de Jesús? Quizá nunca lo sabremos, pero lo podemos adivinar y, sobre todo, lo podemos imitar.

Para este hombre el dolor había sido fecundo.

Este ladrón era un pecador, no un fanático, y mucho menos alguien lleno de soberbia u orgullo.

Su alma seguía estando entera, e incorrupta.

Este hombre supo salirse de su tragedia para examinar, conocer y comprender a Jesús.

No sabemos –porque no nos lo dice el evangelio- si éste hombre sabia algo de Jesús, si lo había conocido antes.

San Marcos y San Mateo dicen en su relato que él también insultaba a Jesús, sin embargo quizá el silencio y la dignidad de Jesús lo sacudieron y lo hicieron reaccionar.

Y viene la súplica maravillosa de aquel hombre: Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino.

No sé qué llama más la atención si la sencillez de sus palabras o la ausencia de ambiciones o la profundidad de su fe.

Santiago y Juan algunos capítulos antes le habían pedido al Señor los primeros puestos en el reino, éste hombre sólo pide un recuerdo.

1192 años después, Santo Tomás de Aquino en uno de sus más famosos himnos –el que compusiera para la fiesta del Corpus Christi- dirigiéndose a nuestro Señor, escribe: En la Cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad. Creo y confieso ambas cosas, pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

Y lo mejor de todo es lo que promete Jesús a aquel hombre. Y lo más importante no es el paraíso sino el conmigo. Es decir, estar con Cristo es ya estar en el paraíso.

Unos minutos después, con la muerte del Señor, la historia da vuelta:

Judas, uno de los doce, se pierde; y Magdalena, pecadora, se salva. El sumo sacerdote, que lleva años examinando a Jesús y su doctrina, no reconoce en él al Hijo de Dios; y el centurión solo con verle morir, descubre todo. Un ladrón muere blasfemando y el otro entra directamente en el paraíso.

La verdad triunfa sobre las apariencias, el corazón importa más que los gestos, una nueva luz ilumina a los hombres.

Y en aquel buen ladrón, de quien desconocemos hasta el nombre, había algo que salva: apertura de corazón, humildad, fe. Más breve: amor ■
En el cielo se alquilan balcones
para un casamiento
que se va a hacer
que se va a hacer
que se casa la Virgen Maria
con el Patriarca Señor San José
Señor San José
Señor San José
que se casa la Virgen Maria
con el Patriarca Señor San José ■

Hora Santa 19.III.2009

Celebramos hoy en la Iglesia una fiesta muy importante y muy entrañable y muy bonita: la fiesta de San José, esposo de la Virgen María y papá en la tierra de nuestro Señor San José es también patrono de la Iglesia universal.

Y al celebrar a San José podemos dedicar un rato en nuestra oración con el Señor que nos preside desde la custodia a hablar de un tema muy importante y también muy bonito: el amor humano. El amor entre un hombre y una mujer. Y del noviazgo, ésa época tan bonita y tan importante en un hombre y en una mujer.

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado
[1].


Nos cuenta el evangelio que «María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto».

Es un texto cortito, pero que encierra muchas cosas:

María y José se querían, y se querían mucho, tanto que se habían ya desposado, y pronto vivirían juntos.

No sabemos dónde se conocieron, ni cómo es que llegaron a enamorarse, pero seguramente fue en Nazareth, donde vivía la Virgen y donde convivían con amigos comunes.

Y con toda seguridad lo que más llamó la atención del uno hacia el otro fue la limpieza de vida, la castidad con la que vivían y se relacionaban con los demás.

El amor humano no es malo, es querido y deseado por Dios, que creó a Adán y Eva.

Y tan quiere el amor humano que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hace hombre en el seno de una familia.

Amor, mis hermanos y hermanas, no es sinónimo de acostarse, y amor tampoco significa pura compañía, ni compañía significa seguridad,

En el tema del amor humano hay que aprender... que los besos no son contratos y los regalos no son promesas

Y uno debe a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos. Y aprender a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro.

Y también uno debe aprender si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema. Y por eso hay que ser prudentes e ir despacio; comerse el pastel de dos mordidas SIEMPRE hace daño.

También uno debe aprender poco a poco a plantar su propio jardín y decorar su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores, es decir, el amor que nuestro corazón necesita viene sobre todo de Dios y de los amigos, y luego de la pareja con la que se decide compartir la vida.

También hay vocación a la vida de soltero o soltera.

Y al vivir bien el amor humano, uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende...

Con el tiempo se aprende que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Y debes aprender, hermano mío, hermana mía, que sólo quien es capaz de amar con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo debes darte cuenta que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Y también debes comprender que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.

En el amor humano, debes comprender que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sea como esperabas.

Y también debes aprender y comprender que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese único instante.

Y que hay tres momentos en la Vida que uno no puede remediar: La oportunidad que dejaste pasar, la cita a la que no asististe y La ofensa que pronunciaste.

El tema del amor humano y el dinero también es importante. tienes que aprender que puedes comprarte una casa pero no un hogar, puedes comprarte una cama pero no el sueño, puedes comprarte un reloj pero no el tiempo, puede comprarte un libro pero no conocimiento o lo que necesitas aprender, puedes comprarte una posición pero no sirve para tener respeto ante los demás; puedes comprarte medicinas pero no salud, puedes comprarte sangre pero no vida, puedes, en fin, comprarte sexo pero jamás amor.

Con el tiempo se aprende que la vida es aquí y ahora, y que no importa cuántos planes tengas, el mañana no existe y el ayer tampoco;

Con el tiempo se aprende que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido, porque el tiempo se ha pasado ■
Pronto hará cuatro años que nos casamos (…) y necesito decirte que no me basta decir que te quiero. Necesito que lo sepa todo el mundo.

Durante años viví una vida muy triste. Era un tipo muy divertido, pero si alguien me siguiera, se encontraría con un pobre hombre, un desventurado. Un tipo atrapado en miserias y vanidades que sabía simular, esconder y mentir. Un hombre que confesaba en iglesias perdidas historias que no tenían ningún sentido y salía de ellas pensando “¡vaya (…)”. Veintisiete años de tonterías.

Tú también vivías sola...

La verdad es que nadie lo diría, pero tú supiste ver poco a poco en mí toda esa tristeza y esa soledad, y todas mis mentiras. Al intuir eso sentiste el deseo de salir a defenderme contra no se sabe quién, como si vieses golpear a un niño. Te quiero por muchas razones, pero ésta me conmueve de un modo difícil de explicar: saber que yo no era más que un pobre cobarde, un payaso de circo a cuyas mejillas iban todas las bofetadas. Y tú apareciste como aparece el amor: un fatalismo alegre que atrapa, transfigura y rompe de verdad un corazón acortezado, con una belleza insoportable, como la belleza insoportable de la música. Un amor que me comprometía hasta los tuétanos y hacía que mi vida fuese, quizás por primera vez, una auténtica historia tan hermosa, absurda, extraña y misteriosa como la mejor de la novelas, como la mejor de las películas.

Por eso te quiero. ¡Qué alegría sentir siempre tu amor!, ¡qué alegría ese segundo exacto en el que nos conocimos!. El segundo ése que nos obligó a amarnos hasta nunca, en el que pasamos a ser un asunto de vida o muerte, una apuesta al todo o nada.

Y comenzamos de cero con una inconsciencia maravillosa, encantadora. Nos pusimos el mundo por montera. Estaba tan seguro contigo que todo lo demás me importaba nada. Todo. No tenía miedo al pasado, a todas aquellas historias que sabía podría presentarse y juzgarme con toda la dureza del mundo. Con razón. Y no tenía miedo porque tú las conocías y, desnudo de mentiras, las perdonaste de verdad y de corazón.

Te uniste a un tipo que no sabe hacer nada, que ignora (…) la vida doméstica compartiendo porque no ha compartido nada durante años. (…) Por eso también te quiero. Aguantar un fantasma no debe de ser fácil. Soportar un tipo que sólo sabe cantar, escribir, contar chistes, leer… (…). Me quieres muchísimo, chica. Nadie me ha querido así. Yo también te quiero, aunque no te llegue a la suela de los zapatos.

En estos años he conocido mujeres más hermosas que tú (…) y he sentido ese otro yo que me dice “venga, hombre, que no pasa nada”; hasta creí ser guapo porque (….) algunas me decían que me parecía a no ser qué actor. En noches en ciudades anónimas las pasiones tristes del ayer me han cantado baladas recordándome quien fui y me han susurrado promesas de caricias intentando que volviera atrás (….). Sin embargo no he fallado -¡qué alegría podértelo escribir!-, aunque fuese a costa de cinco Jacks Daniels de soledad en la habitación de un hotel. Prefiero una botella de wiskey a llegar a casa y no poder mirarte nunca más a los ojos (…). (….) Y es tanta la alegría que siento de estar contigo que te respeto como nunca antes respeté a nadie. Ni siquiera a mí. ¡Qué suerte haberte conocido! (…)

Aunque no necesito palabras para reconocerte -hasta cuando duermes intuyo quién eres- necesito lucirte, porque tu brillo me ilumina ante el mundo entero. Ya sé que hay gente –de los tuyos y de los míos– a los que no les acabamos de gustar. Son gente que les encantaría ser administradores de nuestros afectos, de nuestras vidas, les apasionaría que fuéramos complementarios y armónicos. Y levantamos miradas de sorpresas cuando nos conocen y repreguntan perplejos “¿cómo es posible que se haya enamorado de ésa/de ése, ¿pero qué le ve? (…) Y, sin embargo, ahí estamos, tomados de la mano, dispuestos a levantarnos de la mesa si alguien insinúa algo malo del otro. (…)

Siempre llegas antes que yo a mi propia vida, y ordenas mi mundo como sabes que me gusta, a mi antojo. Entonces me avergüenzo porque sabes hacer de lo extraño lo normal… y siento que soy el hombre más afortunado del planeta: ¡que suerte tiene el que vive contigo!

Necesito que lo sepa todo el mundo. Sabiendo que quizá nunca leerás estas líneas (…).

No sé exactamente quién es Jesucristo, ni Dios, ni todas esas cosas que otros aseguran que son así y asá, que las ven con una gran claridad … (…) Sin embargo, algo me dice que sí, que está muy cerca de nosotros dos. No es un sentimiento, una certeza, ni siquiera una intuición: es que nunca hemos sido tan felices y como niños estamos estrenando todos los días ■ SM

5 mar 2009

"La Hostia Santa expuesta ante nuestrtos ojos proclama este poder infinito del amor manifestado en la cruz gloriosa. La Hostia Santa proclama el increíble anonadamiento de Quien se hizo pobre para darnos su riqueza, de Quien aceptó perder todo para ganarnos para su Padre. La Hostia Santa es el sacramento vivo y eficaz de la presencia eterna del Salvador de los hombres en su Iglesia" ■ Benedicto XVI en el Santuario de Lourdes
Tengo un buen amigo que a sus muchos años no logra comer hígado. Simplemente no puede. De niño lo hacia porque su mamá se empeñaba. ¿Cómo lo lograba? Primero agotaba los recursos más tradicionales como dárselo al perro a escondidas, dejarlo debajo de la mesa, envolverlo en la servilleta o pasar pedacitos discretos al plato del hermano más cercano, etc. sin embargo todas estas técnicas eran rápidamente desactivadas por la mamá, por lo que casi siempre al final tenía que enfrentarse de frente con el problema. ¿Solución? Gracias a su afición a la mostaza, untaba medio tarro del frasco sobre el filete, y así conseguía neutralizar casi por completo el [terrible] sabor del hígado. Su técnica resultó durante algunos años exitosa[1].

Ésta técnica, aunque útil para muchas cosas, no funciona cuando la aplicamos a la fe que profesamos. El pescado con salsa tártara es una maravilla, nada mejor que una ensalada con un buen aderezo, sin embargo ni el cristianismo ni el evangelio soportan ningún condimento.

El evangelio nos pide amar a Dios sobre todas las cosas[2]. “Bien. Sí. Sobre todas las cosas menos sobre el ipod, o mi sabadito de golf o el partido de fútbol del fin de semana”. Cristianismo con catsup.

Jesús en el evangelio invita franca y sencillamente a tomar la cruz de cada día[3]. “Bien, de acuerdo, pero con un buen cojín para el hombro y alguien que me ayude ¿eh? Y que la cruz sea de la madera más ligera del mercado”. Cristianismo con azúcar.

El evangelio dice que los limpios de corazón verán a Dios[4]. “Hombre, sí, pero no es para tanto, tranquilo; no hay que exagerar, si todo el mundo lo hace no tiene que estar tan mal”. Cristianismo con miel de maple.

Jesús en el evangelio habla de amar a los enemigos[5]. “Sí, totalmente de acuerdo, sólo que a ése que me metió una zancadilla profesional lo odiaré toda mi vida”. Cristianismo con mayonesa.

El Evangelio nos pide perdonar setenta veces siete[6]. “OK, pero a ése no. Es un caso especial. Lo que me hizo es imperdonable”. Cristianismo con un chorrito de leche.

Jesús nos invita a no poner el corazón en los bienes de la tierra[7]. “Sí sí, lo que pasa es que en este mundo globalizado hay que tener de todo”. Cristianismo con unas rueditas de jitomate.

El Señor nos habla de la necesidad de la oración[8]. “¡Claro! Es importante, pero ¿no ves que no tengo tiempo, que soy una persona muy ocupada?”. Cristianismo con relleno de chocolate.

Nos pide también detenernos y ayudar al que está ahí tirado sobre el camino[9]. “Lo sé, pero hoy en día es peligroso. Nunca se sabe lo que puede pasar. Además, ayudas y ni te lo agradecen”. Cristianismo con un poco de mermelada.

El Evangelio nos pide fidelidad a Jesucristo[10]. “Bien pero uno debe tener sus propias ideas; yo comparto muchas cosas de las que dice Jesús, pero no estoy de acuerdo en algunos puntos de la moral de la Iglesia”. Cristianismo con Splenda.

Jesús nos recuerda constantemente que estamos de paso, que la vida es un instante, que hemos de aprovecharla minuto a minuto[11]. “Sí, bien, pero tampoco hay que amargarse, hay que hacer lo que a uno le gusta; mejor: no estresarse”. Cristianismo con mostaza.

Y así, poco a poco, terminamos todos pidiendo “¡Cristianismo con algún condimento, por favor!”

El Señor no le puso ningún otro sabor a su vida, ni condimento alguno que la hiciera ser más llevadera. No le agregó ni azúcar ni miel, no neutralizó el dolor de la cruz ni dejó que pasara el cáliz que el Padre tenía dispuesto que bebiese.

En la homilía durante la celebración del Miércoles de Ceniza, Su Santidad Benedicto XVI habló de la vocación de los cristianos: «resucitados con Cristo, han pasado por la muerte, y su vida ya está escondida con Cristo en Dios[12]. Para vivir esta "nueva" existencia en Dios es indispensable alimentarse de la Palabra de Dios. Para estar realmente unidos a Dios, debemos vivir en su presencia, estar en diálogo con él. Jesús lo dice claramente cuando responde a la primera de las tres tentaciones en el desierto, citando el Deuteronomio: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios[13].

Una idea de ésas tan características del Papa que puede ayudarnos a lo largo de ésos días a tomar alguna resolución concreta para vivir de manera profunda nuestra fe pues el cristianismo o se vive como es o no es cristianismo ■

[1] Homilía pronunciada el 8.II.2009, II Domingo del tiempo de Cuaresma, en la parroquia de St. Matthwew, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr M5, 19.
[3] Cfr Mc 8, 34-38; Lc 9, 23-27.
[4] Cfr Mt 5, 1-12; Lc 6, 20-26.
[5] Cfr Mt 5,43.
[6] Id 18, 21-22.
[7] Cfr Lc 12, 32.
[8] Cfr Mc 14, 38.
[9] Cfr Lc 10, 30-37.
[10] Cfr Mt 10, 32-33.
[11] Id 25, 1-13.
[12] Cfr Col 3, 1-2.
[13] Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3; la homilía completa puede encontrarse en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2009/documents/hf_ben-xvi_hom_20090225_ash-wednesday_sp.html